BARRERA PARA ALABAR A DIOS
Conforme buscamos comprometernos en una
verdadera alabanza y adoración, nos vemos sorprendidos por trampas
creadas tanto por la sociedad como por nuestras propias inseguridades:
miedo a la gente, al silencio, a cultivar una relación íntima con Dios.
Quizá, como para el fanático de fútbol, nuestra experiencia en alabar
al Señor sea muy limitada, y podríamos temer a la novedad de esa
práctica. Pero si pretendemos cultivar una vida llena de verdaderas
alabanzas, necesitamos vencer los temores que nos impiden entrar en la
presencia de Dios.
Miedo a la gente
«El temor al hombre es un lazo —advierte
Proverbios 29.25— pero el que confía en el Señor está seguro.» Tanto en
la adoración colectiva como en la personal, el miedo a las reacciones
de los demás a menudo nos mantiene lejos de entregarnos a Dios en
alabanza.
En el cuerpo de la iglesia, podemos
reprimir nuestra adoración al Señor al preocuparnos mucho por cómo nos
perciben los demás. La presión de grupo no está confinada a los años de
la adolescencia, y el miedo a las respuestas de los demás puede
convertirse en un freno significativo para la vida de alabanza. Tememos
que nos etiqueten de fanáticos cuando en realidad nuestro temor debiera
enfocarse en Dios.
Arrastramos los pies en la casa del Señor, mirando por encima de
nuestros hombros quién nos observa, y nos preguntamos qué estará
cuestionando de nuestra manera de cantar la persona de al lado.
Cristianos «en el clóset». Incluso
en la alabanza y adoración personal, el miedo a las reacciones de los
demás puede ser obstáculo a la hora de entregarnos de corazón al Señor.
Cuando por primera vez tomé conciencia de la verdad acerca del amor de
Dios hacia mí, lo que obtenía de la Palabra o de la adoración no me
satisfacía. Entonces mi compañera de habitación era una cristiana tibia
con un abierto desdén por testificar en el campus. Por esa razón, mis
primeros meses como cristiana los pasé literalmente «en el clóset» con
el Señor —leía la Biblia a puerta cerrada y alababa en la ducha. Si el
aseo caminara de la mano con la santidad, ¡mi proceso de maduración se
hubiera acelerado!
Muchas esposas viven con el miedo de
verse «más espirituales» que sus cónyuges. Por otro lado, muchos
cristianos maduros y fructíferos permanecen en casa y en silencio,
renuentes a compartir con sus seres más cercanos cómo está trabajando
el Señor en su vida. Justificamos nuestra
alabanza oculta porque no
queremos aparentar ser «más santos que los demás». Así nos convertimos
en víctimas del miedo a lo que otros podrían pensar.
Un enfoque distorsionado. Algunas
veces caemos víctimas de nuestros propios pensamientos. La sociedad
actual está saturada por una firme ética laboral. Pero, incluso, en los
tiempos posmodernos, la falta de industria —aun por unos cuantos
momentos— se observa con sospecha. En lugar de usar nuestro tiempo
«libre» para una verdadera «re-creación» del alma, llenamos nuestras
horas desocupadas con más trabajo —en la plaza de fútbol, en el teatro,
en el gimnasio—.
La necesaria «inactividad» para la meditación, para
conseguir quietud junto al Señor, puede ser condenada como
vagabundería, como soñar despierto, como distracciones, en lugar de ser
fomentada como una justa necesidad en nuestra relación con el Señor.
Incluso, podríamos convertirnos en víctimas de nuestra propias
expectativas acerca de nosotros mismos, al demandar irracionalmente
alguna prueba visible del tiempo bien invertido, alguna cuenta tangible
del valor de nuestra inversión de sesenta segundos.
Lucas, en su evangelio, narra cómo Jesús
establece un importante principio para todos aquellos que quieren
liberarse del temor a la gente con el fin de alabar y adorarlo
libremente. Mientras María está sentada a los pies de Jesús, Marta está
ocupada en la cocina. Cuando Marta se queja de la inactividad de su
hermana, Jesús la reprende, no por estar ocupada, sino por su falta de
enfoque: «Marta, Marta dice el Señor—, tú estás preocupada y molesta
por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria…» (Lucas 10.41–42).
Esa «sola cosa», enfocarse en el Señor,
es la clave para vencer el miedo a la gente. María no tenía temor de lo
que otros pensaran por sentarse a los pies del Señor. Ella escogió «la
parte buena». Con su enfoque y prioridades en orden, María sabía que
«lo bueno» —hacer feliz a su hermana y evitar el conflicto— debe dar
lugar a «lo mejor»: darle atención íntegra a su Señ